Cituria (2003)


"Vázquez y otras citurias."

Texto: Iris Cepero. Revista La Jiribilla. La Habana, 2003.

Cuando llegó la invitación, inescrutables senderos del arte moderno, en forma de un recetario opaco, compacta en su inequívoca orientación espacio temporal, válido era presumir que Cituria, la exposición de Rolando Vázquez (La Habana, 1969) jugaría a ser un chiste, un coqueteo con las palabras, metáfora lúdica de acercamientos y presunciones. O tal vez más, una escalofriante cita en el andén provocador de un continente que despide, pañuelo en mano y lagrimones uretrales, al contenido que parte, eternamente parte, antes de haber alcanzado su definición mejor. 

Pero hay poco de Lezama en el laberinto que ha trazado, con sus micciones caprichosas, Rolando Vázquez. La muestra, que se exhibe en la galería del Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño de La Habana es, más que una aproximación periférica a los fluidos censurables, dardo lanzado al ojo del espectador. Ambarinos recipientes contienen el preciado líquido. Inodoros levitando sobre una solidez precaria. Fotografías que no dejan lugar a dudas sobre el origen de “eso”. Hermoso como el desencuentro del crítico y la obra de arte en una sala de disección. Algo así como un grito lacerante. Entiéndase, no hablamos aquí exactamente del síntoma físico al que remonta el vocablo de marras: cituria. Hablamos de una dolencia mucho más endocrina ¿por qué no? metafísica. 

Se trata de un acercamiento complejo y profundo a la orina, en tanto producto efímero de nuestra no menos efímera existencia. Aquí, el término en que se vierte la mismísima obra artística, pensada genéricamente, adopta una curiosa anfibología. ¿No es acaso una muestra de orina lo que se exhibe? El artista orina sobre nosotros después de haber marcado el territorio. Es un hecho. No contento con la hazaña procede a una presente congelación, augurio feliz de futuros deshielos. Parafraseando a Heráclito de Efeso, nadie orina dos veces la misma orina. Vázquez se adentra, líquidamente fálico, en un tema y un medio no desconocidos para el imaginario y la ritualidad cubanos. Y es precisamente allí donde su obra toma cuerpo. La orina, usada en prácticas mágico-religiosas, se vuelve recurrente en esta muestra. Capítulo olvidado por Sir James G. Frazer amenaza sin el té pero con simpatía. Vázquez, por supuesto, no se anda por las ramas aun cuando estas sean doradas. Quintaesencia y manifestación de un tan enrarecido espacio para angustiosas confluencias, la muestra nos muestra lo que somos o no. Absolutamente clínico y cínico, escatológicamente hospitalario, el artista no es inocente. 

¿Qué pretende orinar? Más allá de nuestras notables y públicas diferencias, somos todos lo mismo: “eso”. Desde su punto de vista o de micción nuestras miserias residuales constituirían la inevitable rutina de la sociedad, más que de la suciedad. La impotencia del ser se revela ante tanta mezquindad que subyace en la naturaleza de las cosas. 

¿Y el llamado al Absoluto?, ¿no será exactamente lo contrario, mejor que esa filantrópica coraza de igualdad que nos tergiversa semejantes, seriados y serios, desorinantes, cuando solo un rastreo íntimo e introspectivo nos podría revelar en nuestra aún  inequívoca diversidad? La orina, esa libertad que nos queda. 


Installation views.

Exhibition at Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño, Havana, Cuba. 2003.